martes, 26 de agosto de 2014

Eva Perón en Villa del Parque

Por Isabelino Espinosa



Año 1948 eran los tiempos en que en nuestra querida Ciudad de Buenos Aires  se salía de pic-nic -también llamado camping- a lugares cercanos al Río de la Plata, buscando superar los rigurosos calores del verano porteño. Los sitios elegidos casi siempre eran zonas arboladas y, en lo posible, sobre la costa. El día 19 de diciembre del citado año, varias familias decidieron concurrir a la localidad de San Isidro a pasar un día de esparcimiento y, para tal fin, alquilaron un camión abierto (se acostumbraba a utilizar este tipo de transporte). Allí se ubicaron en esa ocasión quienes participaban del viaje. En asientos de madera colocados a ambos lados del interior del vehículo se instalaron las damas y las personas mayores con niños, los más jóvenes viajaban de a pié. A las siete de la mañana de ese día, partieron desde la sede del club Glorias del Parque, ubicado en la calle Concordia 2368 del barrio parquense. Todo transcurría en un ambiente cordial; alegres cantos, risas y el natural bullicio existente en esas ocasiones. El transporte mencionado recorría, a velocidad adecuada, las calles de la ciudad en dirección a la meta fijada: San Isidro. Estaban ya cerca de la finalización del recorrido, cuando ante ellos apareció una calle cuyo nivel descendía hasta llegar a una barrera ferroviaria (que en esos momentos estaba cerrada al tránsito por la aproximación de un tren proveniente de la estación Retiro). El conductor del camión, de apellido Marrone, aminoró prudentemente la marcha; luego accionó los frenos al iniciar el descenso, pero estos no respondieron y la velocidad del camión aumentó en forma alarmante. El pánico se apoderó de todo el pasaje porque ya estaban a poco metros de la barrera nombrada, el chofer no conseguía detener la descontrolada marcha del vehículo que, embistiendo y destrozando el largo madero, se encontró de pronto en medio de las vías ferroviarias cuando llegaba al lugar el tren rápido que lo chocó violentamente, arrastrándolo más de cincuenta metros.  Como es de imaginar, desafortunadamente, hubo muchos muertos y heridos. Entre los primeros se hallaba Héctor Aymard de 19 años de edad, domiciliado en las instalaciones de la entidad organizadora del paseo -y allí fueron velados sus restos-. Por la tarde concurrió al lugar y presentó sus condolencias a los familiares la señora Eva Duarte de Perón. La Fundación Evita, por ella presidida, se hizo cargo de los sepelios de las víctimas y de una ayuda posterior a los deudos.                                                                                                                                

Todos los vecinos observamos la llegada de Evita en esa dolorosa ocasión.  Estoy recordando y escribiendo la presente nota y al evocar aquellos momentos es imposible no sentir una gran emoción. Al llegar al lugar pedí a la custodia -que estaba cumpliendo con su trabajo- realizar una entrevista a la señora Eva. Rechazaron el deseo de una manera enérgica, pidiéndome que me retirara de inmediato. En ese mismo instante ella, que se retiraba de esa casa, escucha las palabras de los guardias y amablemente autoriza el diálogo.  Después de mi presentación dijo que escucharía atentamente mis palabras. Comencé diciéndole que venía a solicitar ayuda para una vecina en estado de indigencia absoluta con cinco hijos de corta edad y, tras la huída del hogar por parte de su esposo, quedó en total desamparo. Su nombre: María Calvancanti de Nolasco quien residía en una precaria vivienda de la calle Baigorria 3265, frente a la plaza principal de Villa del Parque. Eva escuchó con atención el relato y sacando de su cartera una tarjeta con el membrete de la fundación, me dijo que se la entregara a la nombrada señora para que ésta concurriera a su despacho de la Avenida Paseo Colón con el objeto de solucionar su situación lo más rápido posible. Cumplido el trámite, a los pocos días, la señora María Calvancanti tenía instalada, en el mencionado terreno parquense, una moderna casa prefabricada marca “Ciervo”, muebles a estrenar, vajilla completa, ropa y todo lo necesario para un hogar confortable. Además, una máquina de coser Singer, con la cual realizará tareas pagas para la “Fundación Eva Perón”.  Unos días después, la señora Calvancanti se acercó a mi domicilio en un taxi totalmente cargado con infinidad de regalos como agradecimiento a mi gestión.  Le pedí disculpas por no aceptarlo, y le sugerí enviarlo a la Fundación para que allí le dieran el mejor destino….                                

Han transcurrido muchos años, más de medio siglo. A  cada momento le agradezco a Dios por poseer buena memoria y lucidez para recordar aquellas situaciones imposibles de olvidar.

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