martes, 15 de mayo de 2012

La Africanía del Tango





 
Cuando en 1944 José Razzano y Cátulo Castillo compusieron el célebre tango “Café de los Angelitos” no por casualidad eligieron como hito el histórico bar donde Higinio Cazón y Gabino Ezeiza, ambos negros porteños, ya eran un emblema de nuestra cultura popular.

El tango es el signo de la cultura porteña que nos caracteriza en nuestro país y en el mundo.  Nacido con la definitiva federalización de Buenos Aires allá por 1880, fue la creación más genuina de nuestra cultura ciudadana.

El tango fue cosa de negros

Origen olvidado, ignorado o intencionalmente ocultado por académicos e intelectuales, el tango argentino tuvo por cuna el ámbito físico y cultural de la africanía de nuestra portuaria geografía.

La culminación musical y danzante del formato tanguero, a fines del siglo XIX, fue la consecuencia de la travesía de la gente de color de este suelo, que dejó como descendencia esta expresión autentica de la cultura popular.

Datos de la Ignominia

El tráfico de esclavos fue el “primer sistema de globalización de la historia”, como define la UNESCO a la mayor tragedia de la historia de la humanidad. Se estima en tres millones de seres humanos los negros que fueron trasladados como esclavos, solamente desde África hasta Hispanoamérica durante el período colonial.

En 1959, la Casa de Contratación de Sevilla, en un informe al rey, se refería a la exportación de esclavos a América “como la mercancía más importante que se lleva a las Indias”.

Se calcula que arribaron a toda América hasta 1873, no menos de 9.5 millones de africanos en función de seis producciones fundamentales: azúcar, café, tabaco, algodón, arroz y, en menor importancia, a la minería.

El Archivo General de la Nación se hizo partícipe del proyecto de la UNESCO de 1994 de digitalizar los documentos sobre la esclavitud en el Río de la Plata, trabajo que culminó en junio de 2003 y comprende los datos desde fines del 1500 hasta 1820, cuando desaparecen las instituciones de la burocracia colonial, aunque es difícil acercarse a la realidad por el fuerte grado de clandestinidad que caracterizó a sus ingresos debido al contrabando común por aquellos años.

Miguel de Unamuno, quien fuera director del AGN, dijo que es muy rica la existencia documental de las últimas décadas del siglo XVIII cuando el advenimiento de los Borbones trajo una profunda reestructuración a nivel territorial y administrativo, y la creación del Virreinato del Río de la Plata (1776) empuja el crecimiento de Buenos Aires y de su campaña.

Sin embargo, la entrada de esclavos en nuestro territorio fue comparativamente reducida con relación a otros países latinoamericanos, dada su estructura económica.  Es de notar que la aptitud del negro fue ideal para la agricultura y nuestra economía se basó fundamentalmente en la actividad ganadera y saladeril; la “economía del cuero”, en la exportación de tasajo y de carne más tarde.  La agricultura, como sector económico, en nuestro suelo, recién comienza en el último cuarto del siglo XIX, con otra mano de obra que llegó libremente con las corrientes inmigratorias europeas de ese mismo período.

De los distintos registros surge la acreencia de la población negra en Buenos Aires.  En 1774 el gobernador Domingo Ortiz de Rozas ordena un empadronamiento que arroja la cifra de 1701 negros y mulatos, representando el 14.1% del total de la población.

En el censo de 1778, que se realizó durante el Virreinato de Juan José Vértiz, en proporción se había incrementado al 25.9% y en el censo de 1810 el porcentual se elevó al 29.6%, siendo la cifra total de negros y mulatos de 11837.  Para esa época la población negra de Córdoba, Catamarca, Salta y Santiago del Estero era del 50 al 55% y la de Tucumán llegó al 65%.

Durante el período que corre desde 1810 hasta la sanción de la Constitución Nacional se produce un decrecimiento de la población morena.  El servicio en los ejércitos patrios y el arribo de europeos produjeron tal fenómeno.

En 1882, según el censo de Buenaventura Arzac por orden de Bernardino Rivadavia, el número de gente afro en Buenos Aires, había declinado al 24% del total, no obstante su cifra ascendió a 13685 personas.

En el censo de 1836, durante el gobierno de Dn. Juan Manuel de Rosas, esa participación descendió al 23%, mientras su número fue de 14906, calculando que había 20000 negros y mulatos en la Ciudad de Buenos Aires hacia 1843.

La gente de color, se agrupaba en sociedades o “naciones” que se identificaban por su origen africano, así los benguelas, minas, engolas, congos, lubolos, Mozambique, lumbana; o por el fenómeno del sincretismo religioso, Hermandad del Rosario, Hermandad San Baltasar, San Gaspar, San Benito, etc.

Eran sociedades de ayuda mutua y se establecieron en los “barrios de tambor”, cerca de cincuenta manzanas de Montserrat, Concepción, Santa Lucía y San Telmo.

En la época de la Confederación, los carnavales eran casi fiestas de estado, ya que el mismo Brigadier General Dn. Juan Manuel de Rosas y su hija Manuelita se sentaban junto al trono del rey negro, presidiendo los famosos candombes federales que día y noche desfilaban por las calles de Buenos Aires al ritmo de los tambores para espanto del unitario.

Después de Caseros, derrocado Dn. Juan Manuel en 1852, los negros con sus parches, se refugiaron en el “barrio del tambor”, (o del mondongo) privando a Buenos Aires de aquellos negros y coloridos carnavales.

En aquel entonces, la población negra era casi un tercio del total de la ciudad, lo que explica el sinfín de voces africanas de nuestro lenguaje: “mina”, “milonga, “candombe”, “zamba”, “malambo”, “bombo”, “matungo”, “mandinga”, “mondongo”, “ganga”, “baba”, “bingo”, “banana”, “quilombo”, y así, un sinnúmero de términos del mismo origen, en el que encontramos la voz “tango”

La palabra tango es anterior al propio baile.  Sonó en el Plata desde la colonia, pero no fue de uso exclusivo de los pueblos rioplatenses, sino que fue común en todos los países esclavistas.  Esteban Pichardo la define, en su “Diccionario Provincial de Voces Cubanas”, publicado en 1836 como “reunión de negros bozales para bailar al son de sus tambores o atabales”.

Ese mismo término era de uso en Veracruz, zona afroide de México, donde a lo largo del siglo XVIII se hablaba de los “tangos africanos como derivados de una danza oriunda de ese mismo continente”.  En Venezuela se hablaba de merengue tanguillo criollo y tango merengue y también existió el “tango metigua” en Brasil, definiendo Ernesto Nazareth a sus maxixes como tangos brasileros.

Son contestes todos los investigadores en sostener que la voz “tango” fue utilizada comúnmente en todos los países suramericanos que guarecieron o explotaron una población negra, para nombrar a diferentes expresiones musicales de esa etnia.

La procedencia etimológica del vocablo “tango”, es planteada por dos posturas, por no considerar seria la que le atribuye como origen el verbo latino tangere, que es tocar pero en el sentido de palpar, no el de “tañer”. La primera propuesta la atribuye a la deformación de la palabra tambor, que pasó a tambó para después ser tangó y finalizar en tango. La otra posición, la que propone el origen africano puro del término, es la más razonable.  La dicción “tango” es una deformación fonética de Shàngó, deidad de los truenos y los tambores.  En el dialecto nagó, del pueblo  yoruba-lucumí nigeriano esa palabra se escribe “Sàngó”.  Para nosotros suena grave, pero las tildes no son agudas ni graves, sino solo la entonación o curva melódica.  Además el sonido de la “S”, no como la “CH” francesa o la “SH” inglesa, es una “S” castellana y silbada. Así, el paso Sàngó a tango se efectuó sin ninguna dificultad, como explica Néstor Ortiz Oderigo, colectando valioso material etnológico. 

Mas allá de cuestiones filológicas o etimológicas relacionadas con el origen del tango, como señalan los entendidos, ya sea por una u otra explicación, es indudable su filiación negra. 

Ya preparamos para la próxima entrega la génesis del baile, canto y la música tanguera, como así también destacaremos la negritud de los primeros compositores e intérpetres de nuestro acervo, explotando en el candombe, la milonga, la habanera, el tango andaluz y el tango criollo; pero esa es otra historia…


Jorge Atilio Correa

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