La Ciudad de Buenos Aires protagoniza un proceso de
transición hacia la plena vigencia del sistema institucional de las comunas.
Es indispensable que este proceso promueva el
fortalecimiento de las identidades sociales y culturales de todos y cada uno de
los barrios que las integran y ayude también al despliegue de la potencialidad
de las organizaciones sociales.
Consideramos que la puesta en marcha de este
mecanismo de descentralización política y participación social ayudará a la
solución de los problemas concretos que viven los vecinos de la ciudad.
En ese sentido, las comunas tienen que estar
dotadas de las facultades legales y los recursos económicos necesarios para su
eficaz funcionamiento. La asignación de los fondos presupuestarios imprescindibles
para el cumplimiento de su misión es una condición insoslayable para que las
comunas sean efectivamente un ámbito de decisión y no un mero foro
deliberativo.
Rechazamos tanto los intentos de convertir a las
comunas en meros apéndices del gobierno local como su trasformación en ámbitos
para el desarrollo de un asambleísmo desgastante que ahuyente el protagonismo
de las instituciones sociales y de los vecinos.
La complejidad de la gestión pública aconseja
llevar el lugar de las soluciones lo más cerca posible del lugar de los
problemas. Esto significa promover la participación en las decisiones de todos
los actores sociales involucrados y de cada comunidad local. Por eso
consideramos que la puesta en marcha de las comunas ha de constituir un paso enormemente
positivo para el fortalecimiento del sistema democrático.
No se trata de subestimar las responsabilidades
indelegables que competen al gobierno de la ciudad en áreas críticas como
Educación, Salud Pública, Seguridad y Medio Ambiente. Pero en todos los ámbitos
de gestión local corresponde incentivar la participación a través de las
distintas instancias comunales y de un adecuado funcionamiento del
Consejo de Coordinación Intercomunal.
La constitución de las juntas comunales significa
un antes y un después en la vida de nuestros barrios. Convocamos a toda la ciudadanía
sin distinción de banderías partidarias, a asumir como propio este desafío para
generar los consensos necesarios para la definición de un proyecto compartido,
cuya ejecución trascienda en el tiempo y el lapso de una gestión.
La exigencia de cabal cumplimiento de las normas de
la Constitución Nacional, y la consiguiente demanda de trasferencia de las
facultades y competencias del Estado Nacional hacia el gobierno autónomo de la
ciudad de Buenos Aires en materia de seguridad urbana, de justicia, de
transporte, de servicios portuario, de residuos y de regulación de los juegos
de azar, así como la discusión acerca del régimen de coparticipación federal,
nos ubican claramente junto a todas las provincias argentinas en la búsqueda de
una descentralización del poder político y económico y el rechazo a las
imposiciones de este verdadero Estado Unitario vigente en la Argentina de hoy.
La ciudad de Buenos Aires no es una isla que puede
desenvolverse a espaldas de la Nación. Todo lo contrario como capital de todos
los argentinos tiene que concebirse a sí misma como una herramienta del país y
un símbolo de la presencia y la relevancia de la Argentina a nivel regional y
mundial. En particular su destino está íntimamente vinculado con el conurbano
bonaerense, cuyas gigantescas carencias en materia de infraestructura social
contribuyen a saturar la capacidad de los hospitales públicos de la ciudad y de
otros servicios indispensables. La efectividad de las políticas públicas de la
ciudad de Buenos Aires exige entonces su articulación con la de los municipios
vecinos a través de un Plan Estratégico común, capaz de guiar la gestión de las
distintas autoridades locales.
Gobernar la ciudad de Buenos Aires exige no sólo
capacidad de gestión sino también, y fundamentalmente, una clara visión de
largo plazo. No es tarea para aficionados, porque no sólo requiere conocimiento
técnico y eficacia gerencial sino una mirada estratégica, voluntad
trasformadora y aptitud política para afrontar los conflictos y traducir esa
formulación en los hechos.
Ese es el punto de partida para la construcción de
un gran proyecto nacional. Así podremos forjar la gran alternativa política
superadora que nos permita otra vez encarnar el camino de la esperanza.
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