Con la copa en la mano
del último brindis por el nuevo año, en medios de los deseos de un año mejor,
vamos repasando lo que pasó en el 2018 y nos encontramos con la incertidumbre
sobre qué ocurrirá en el 2019, que se inicia con su impronta de año electoral.
Eso es, de cara al
futuro, la necesidad de realizar un análisis de lo actuado hasta ahora por la
actual administración de gobierno personalizada en Maurlcio Macri y su equipo
de gobierno. El balance de lo actuado, como expresara el amigo Cobos con la
125: “No fue positivo”. El voto de la gente no resultó equivocado. En el
2015, el modelo anterior, con tinte populista, se había agotado. Doce años,
conforman tres períodos consecutivos en el poder. Es difícil, en el mejor de
los casos, si todo hubiera resultado bien, que el poder no se devore a sus
impulsores. Es imposible evitar el desgaste que produce su ejercicio. Tampoco,
los interpretes de esa administración fueron un ejemplo para imitar. El mejor
de los tres mandatos fue el primero, a cargo de Néstor. Después, Cristina fue
de mayor a menor incluyendo el impacto a favor que le causó la muerte de su
esposo. Ante este escenario, por muy estrecho margen, la sociedad eligió el
camino del cambio. Acertó en el candidato, porque era el más indicado para
representarlos en ese sentido. Elaborar un pensamiento para determinar cuál fue
el resultado de esta gestión es sumamente dificultosa. En medio de los deseos
de feliz y próspero año nuevo, los anuncios de aumentos del transporte (40%),
Electricidad (43%), Gas (35%), Agua corriente y cloacas; no tienen mucho de
buenos augurios. La idea es concentrar la suba de las tarifas en el primer
cuatrimestre para alejarlas de los tiempos electorales. Con la mejor buena
voluntad para comprender las decisiones de la política y de la economía, no
cabe otra posibilidad de imaginar que esta administración está muy jugada y con
poco margen para revertir la situación de la economía. No tienen otra
alternativa que, en algún momento, aunque sea algo difícil de predecir de
acuerdo a los actuales parámetros, la economía de un vuelco y se estabilice
como para impactar en la opinión de la gente y les renueve los votos para
proseguir el camino del cambio y del crecimiento que es para lo que fue elegido
este gobierno. No hay mucho tiempo, una luz de esperanza siempre queda. Es
cierto que el tiempo de gestión es muy corto para emprender la reestructuración
de un modelo de país que lleva varias décadas de desatinos. Quizás merezcan la
posibilidad de una nueva oportunidad para demostrar si pueden o no convertirse
en los ejecutores de la transformación. De no alcanzar esa dimensión, en el
corto tiempo que queda para las elecciones, esta administración quedará en la
historia como la que realizó el trabajo sucio del ajuste. Como ocurrió durante
el gobierno de Eduardo Duhalde (2002-2003) con su ministro Remes Lenicov que
fue el que se quedó con los palos del trabajo sucio y le pasó el timón de la
economía a Roberto Lavagna que asumió sobre el final del mandato de Duhalde y
siguió como legado de éste al presidente Kirchner. Fue en ese período donde
pudo visualizarse la salida de aquellos momentos de zozobra y que permitieron
ir revirtiendo todas las variables de la economía. Tampoco en ese momento se
aprendió la lección porque después de irse Lavagna volvió a torcerse el rumbo
virtuoso. Para este gobierno quedan dos alternativas: El mérito de lograr el
cambio o la transición hacia él. Está en sus manos alcanzar cualquiera de
las dos opciones. La sociedad será la que juzgue y premie o castigue. De no ser
Macri el transformador, las alternativas que quedan están representadas por
Cristina, lo cual dejará de ser un cambio sino la continuidad de todos los
fracasos que cerraron su último período. La otra deberá nacer de la
concertación del peronismo federal, racional o como se lo llame. Están jugando
con la posibilidad de candidatear a Lavagna para asociarlo con aquella función
positiva que ejerció en los finales de Duhalde y en los primeros años de
Kirchner. Todo puede ser. Lo importante es lo que decida el pueblo. El dueño de
los votos y del poder.
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