La victoria española en Bailén el 29 de junio de 1808 debió ser un llamado de alerta a Napoleón para terminar con la aventura ibérica. En su lucha contra Inglaterra Bonaparte se vio obligado a invadir España. Gran Bretaña encabezaba el bloque continental contra la revolución francesa que irradiaba capitalismo, código civil, relaciones burguesas de producción, secularización de las costumbres y un pensamiento moderno e "iluminado". Por eso mismo la corona inglesa <<salió al paso>> y el Emperador francés en su estrategia anti-inglesa, junto al mesianismo de nuevo César, envió sus tropas a España.
La familia Real española era una
síntesis de las dos Españas dónde se encontraba un el liberalismo borbónico y
una última reacción feudal en tiempos dónde el pensamiento iluminado iba
ganando terreno. A nuestra América,
ambos pensamientos habían
transmigrado.
La burocracia
monopolista de los virreinatos contaba en sus cuadros a los reaccionarios de la
España medieval y también con discípulos del liberalismo francés. Entre ellos, Manuel Belgrano y la juventud
revolucionaria de 1810 quienes habían
aprendido de los enciclopedistas franceses en las traducciones españolas.
Triste ironía, padeció el entonces capitán José de San Martín en el campo de
batalla de Bailén. El capitán que había combatido junto a esos hombres en otros
tiempos, simpatizaba con la revolución de las luces y admiraba el genio militar
de Napoleón Bonaparte. Incluso, había
estado a punto de ser linchado en Cádiz a manos españolas por esas simpatías. Sin embargo los franceses habían invadido
España, vejado sus tradiciones y usurpado el trono, y aunque el capitán había
nacido en América aún en su ser, era parte de aquella patria descompuesta, dice
Jorge Fernández Díaz en "La Logia de Cádiz" de reciente
edición.
Continuamos en 1808, las juntas
populares que surgieron en la España ocupada se unificaron en una junta central
y la revolución nacional española llamó a las posiciones americanas a enviar
representantes declarando la igualdad de derechos entre españoles y americanos,
del mismo modo que la abolición de los derechos abusivos sobre los indios,
reconociendo al territorio de América como "parte esencial e integrante de
la monarquía española".
El levantamiento
revolucionario de toda América no fue sino la prolongación de la vieja España
que pugnaba por remozarse. Nuestra Revolución de Mayo que adquiere casi simultáneamente
un carácter continental, no fue un levantamiento contra España.
Dice Jorge Abelardo Ramos en "Revolución y Contra revolución en la
Argentina", “dos Españas había y luchamos con una de ellas contra la otra”.
No fue para liberarnos de España que Mayo nació, sino para liberarnos juntos
del yugo feudal. Americanos y españoles combatieron mezclados en los campos. Si
las cortes revolucionarias de Cádiz incorporaban a América a su seno como la
gran provincia española de ultramar, la otra España, por boca del Virrey del
Perú, llamaba a los americanos "hombres destinados por la naturaleza para
vegetar en la obscuridad y abatimiento".
La invasión napoleónica, el estallido de la Revolución de Mayo y la creación de
las Juntas americanas similares a las formadas en la península, abren paso a su
vez a una generación política que, tal como ocurrió en España se dispone en
llevar a la práctica la nueva idea de la soberanía del pueblo en el manejo de
sus destinos.
La idea a que han rendido tributo muchas generaciones de argentinos, es que la
Revolución de Mayo y sus personajes eran expresión del comercio libre, es decir
estaban asociados al interés y a la benevolencia inglesa.
Nuestra revolución es interpretada como norteamericana por el
ejemplo del Norte, inglesa por el liberalismo británico y francesa por los
libros de los enciclopedistas. Muy pocos han juzgado conveniente emparentarla
con el vasto proceso revolucionario iniciado en la península. Entre los
argentinos, Alberdi primero, José León Suárez, Manuel Ugarte y Julio V.
Gonzalez más tarde, por el contrario, han reafirmado el carácter de la
revolución americana y su filiación hispánica.
Esta reseña de ideas no pretende ser más que una sencilla invitación a
interesarnos por nuestros orígenes como Nación. Algún pensador sentenció
"para saber hacia dónde vamos debemos saber de dónde venimos".
María Gianninetti de Correa.